jueves, 17 de diciembre de 2009

Misericordia de una botella

El título sugiere la confesión de un singular frasco de bebidas alcohólicas, ¿Verdad? Sin embargo, les propongo compartir las rutinas de un club de amigos que todos los días dependen de la misericordia divina de una “Botella con volante” que los “tire” desde el municipio de Florida hasta la ciudad de Camagüey /o viceversa.

Hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, doctores, maestros, ingenieros, licenciados; de cualquier profesión y oficio, comparten a diario las más disímiles aventuras de puro realismo socialista. No son “botelladictos” de mera vocación, más bien, los une la imperiosa necesidad de cumplir con las obligaciones sociales de estudiar o trabajar.

Estos miembros afectivos del club de botelleros, al que me han insistido integrarme, han ido poco a poco haciendo gala de un modelo cubanísimo de solidaridad, tanto que han creado una dirección electrónica para enviarse mensajes de nostalgia por el que se ausenta en alguna jornada, o trasmitirse chistes o ocurrencias, que poco a poco se van convirtiendo en códigos propios cuya comprensión les es factible sólo a sus miembros.

Conozco escasamente el nombre de algunos, pero sé de la identidad de todos; se agrupan en la esquina escogida y, a pesar de que la consigna en el oficio de la “botella” es que más fácil se va el que está solo, ellos se aferran al grupo… y no importa quién fue el primero en poner los pies, las mujeres se “embotellan” con galante prioridad.

Los he visto compartir su hambre y devorar entre todos el pastel que una de las muchachas compró minutos antes. Van al trabajo o vuelven a casa dejándose llevar por la alegría, que a propósito se inventan en colectivo, para sufrir menos entonces, el individualismo y la falta de solidaridad de los dueños de las “botellas”, es decir de los choferes que en verdadero gesto de egoísmo le dan trigo a las conversaciones del selecto club.

“El del carro rojo, el gordito, ése que nunca tenga que ponerse una prótesis”, “la jefa de los CDR se piensa que siempre va a andar en carro, el día que yo tenga uno que no se le ocurra hacerme seña”, “el del ARO azul, ese tipo no le para a nadie, tú tienes suerte porque es amigo tuyo”, “y qué me dicen del que tiene el lada morado, ese sí que es tremendo …” Con estos también pudiera armarse un grupo, aunque no sería, precisamente la solidaridad, su criterio de inclusión.

Si fuéramos a dedicar estas líneas a los choferes, tendríamos entonces miembros suficientes para varias asociaciones… armaríamos un club con los seguidores de Julio Vernes, esos que muestran el dedo índice hacia abajo como señalando que viajan al centro de la tierra; y otro con los que, aunque la carretera sea una línea recta, marcan un movimiento rotativo de la mano; y otro para los que, a juzgar por sus señas van hacia delante, sin embargo, “distraídos” , tampoco te paran como si tú fueras para atrás. Un elevado por ciento de clubes integrarían la lista de los enemigos de mis amigos: los “botelleros solidarios”.

Llegado a este punto, voy a repetir lo que me digo a mí misma, cuando en cualquier grupo de “botelladictos” se mueven las inevitables reflexiones: también pudiéramos hacer un club de choferes solidarios y concientes, porque sí a sí no fuera ¿Cómo pudiéramos llegar al trabajo cada día y volver cada tarde a nuestras casas, los que dependemos de la misericordia divina de una “Botella con volante”?

Vivimos en un país con enormes limitaciones en el transporte, y con la difícil tarea de hacer que el salario no se dilapide en precios de carros particulares, para solventar el resto de las necesidades del mes; realidades que nos corresponde enfrentar a los cubanos y resolver con la máxima de que la victoria está en nuestro propio perfeccionamiento.

Este contexto, diríamos que a largo plazo evitable, se convierte en escenario propicio para el debate y la especulación… pero, de la actitud de todos y no sólo de más carros en las carreteras o las terminales depende la solución del problema.

El club de “amigos botelleros” ha adoptado en su condición de “viajeros” un mecanismo regulador ante la adversidad del transporte: la identidad afectiva con los hermanos de causa.

Por su parte, los choferes, que dan un “chance” a los necesitados, igualmente contribuyen con una actitud de franco respaldo solidario a aliviar el problema colectivo… pero y los otros ¿Qué haremos con los otros? Estoy segura que no son la mayoría pero dañan tanto como si lo fueran.

Por último quiero observar que la palabra misericordia está en el título que escogí para este artículo sobre “la botella”, no por casualidad; está ahí porque en el español que hablamos todos los cubanos es sinónimo de humanidad, altruismo, comprensión, indulgencia y también de piedad, compasión, clemencia… de todo eso necesitamos los que todos los días dependemos de una “Botella con volante” que nos “tire” desde el municipio de Florida hasta la ciudad de Camagüey /o viceversa.

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