miércoles, 27 de enero de 2010

Martí me hizo unos versos.

Por qué iba a sentir Alcides Betancourt celos de Martí si Isabel Esperanza le había obsequiado una rosa y lo eligió a él para el baile en el concurrido salón de Nueva York, donde también estaba el poeta.

Diez años guardó Alcides la flor; el 14 de noviembre de 1892, cuando se casaron, todavía la conservaba entre sus libros favoritos. La camagüeyana, sin embargo, tenía unos versos escritos especialmente para ella “A Isabel Esperanza”. Era la excelsa pluma del cautivador poeta y orador de la independencia. Eran cuatro estrofas hechas con urgencias por José Martí.

Suficiente con leer algunos de sus versos para comprender la impresión que la joven había causado: ¿Que versos te ha de decir/ Quien queda con verte ir /Sin lira ya ha de tañer?

Martí le hizo ese poema y lo tendría Isabel guardado en su autógrafo. Del impacto que esto le ocasionó a su Alcides se lo preguntarían, sus descendientes, tanta veces como leyeran la reliquia que ella atesoró junto al recuerdo imborrable de “el trato fino, distinguido y romántico” del poeta y que ella narró, al paso de los años, “como un momento sagrado”.

El comportamiento social y feminista, en la vida de Isabel Esperanza, hace evidente que este recuerdo y estos versos vencieron cualquier posición de prejuicio; no aceptaría, de seguro, cuestionamientos a las nobles intensiones del poeta para la amiga de lucha.

Esta camagüeyana nació con el comienzo de la guerra de los diez años y en ese contexto de enfrentamiento supo asumir igual actitud de rebeldía con los conceptos de la época; su vida fue un reto eterno de creación, en un mar de conflictos.

No podía Alcides Betancourt, a pesar de las huellas del autógrafo de Isabel Esperanza, sentir dudas del amor sincero; ella lo hizo exclusivo en sus elecciones desde aquel encuentro en nueva York; basta con leer los versos que ella escribió para nadie más que para él.

A ti.

Cuando viene el albor de la mañana

mi sueño a interrumpir,

El primer pensamiento de mi mente

es para ti.

Cuando duerma en la tumba silenciosa

te he de esperar allí;

y si el destino en vida nos separa

la muerte nos va a unir.

(Isabel Esperanza Betancourt del Castillo).

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¿Cómo hubiese sido yo, en el lugar de Carmen?

¡Cuántos nombres de mujeres se juntan en los versos de Martí! Sus hermanas, amigas, las ilustres en las letras y las guerras; su Leonor, las esposas y las madres de sus amigos; cada una ocupó una línea, un elogio, un consuelo. Buscó espacio para tantas y para todas, pero nunca faltó una epístola o un poema para su Carmen.

Entre rosas anduvo el poeta, anegado de ternura y de palabras únicas. Para la esposa nunca faltó el enaltecimiento, la comprensión; para ella se mandó a hacer una foto; su espíritu era a la vez atadura y vertimiento, y con ella halló en la calma, frenesí.

El poeta confiesa, que cuando escribía una carta, le ocurría como cuando un enamorado visitaba a su novia, que si no podía ir con el mejor de los trajes, prefería no ir. La elegancia le fue mérito y sustancia; su verbo vistió siempre el más fino ropaje.

Cómo entender a Carmen y cómo no entenderla; le tocó a esta mujer camagüeyana la suerte de un marido diferente. Cómo no juzgar en su inquietud y cómo aceptarle su impaciencia.

A veces me pregunto, cómo actuaría yo en el lugar de Carmen… pienso que no me resistiría a su verbo, que acompañaría a ese Martí entre los cardos, y no descuidaría un instante para cuando, entre los rosales, alguna lo sorprendiera con sus colores y sus espinas.

Pero no censuro a esa mujer por sus reclamos ante la ausencia, por el dolor que encontró a la distancia; sólo que no entiendo que sumida en mundanos menesteres de casadas no aquilatara con fuerzas al hombre, nada natural y común, que la amaba.


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Volví a leer a “Los tres héroes”

Hoy es 28 de enero, día en que hace 157 años nació José Martí. El pensamiento y la vida de este hombre, convertidos en obra, son hoy legado y motivo para sensibles acontecimientos.

Desde temprano, las escuelas se inundan de niños y niñas, sonrientes y florecidos, dispuestos a colocar, en el Martí del busto, un ramo de flores, cantos y compromisos con el autor de La Edad de Oro.

Pero no voy a escribir una noticia periodística sobre los niños y las niñas cubanas, un 28 de enero. Hoy el pretexto es el homenaje y el propósito publicar un fragmento de la carta enviada por mi hijo al concurso “Leer a Martí”.

“Los grandes hombres son así, brillan porque son modestos, porque no construyen sus obras para ser alagados sino para entregárselas a los demás, por eso cuando voy a La Habana, hago como hizo Martí al llegar a Venezuela con Bolívar, mi primer lugar de visita es la plaza de La Revolución y allí me coloco bajo la estatua de José Martí para percibir mejor su grandeza.

En ese mismo lugar asistí una vez a una concentración del Primero de Mayo, ese día junto al Maestro de la estatua, igual de gigante, se alzaba el Comandante en Jefe… estaba pronunciando uno de sus grandes discursos y nos hablaba a los cubanos de Chávez, el presidente venezolano y de Evo el de Bolivia.

Fidel revivía en mí la lectura de “Los tres héroes de La edad de Oro”, esta vez la América presenciaba nuevamente el concurso de tres grandes hombres que definirán por siempre el destino del continente.

Como Hidalgo, Bolivar y San Martín, tres grandes hombres reeditan la historia en los pueblos latinoamericanos y están ahí para guiarlos: ellos son El invensible Comandante del traje verde olivo, El bravo presidente de Venezuela y El aguerrido indio de bolivia. Y andarán como lo dijo Martí, a pasos apretados y seguros por la unidad de toda la América.

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miércoles, 6 de enero de 2010

El cuento de los tres reyes magos

Cuando iba a cumplir 36 años visité la catedral de Colonia, en esa hermosa ciudad a las orillas del rio Rin, cuna de la famosa agua perfumada y de las más coloridas fiestas carnavalescas de toda Alemania. Un majestuoso templo al estilo Gótico que guarda,en un ataud triple de oro, los restos de los tres reyes magos,según me contó una señora dentro de la Iglesia.

Para mi fue una sorprendente confesión. Nunca conocí la real historia o el mito o la leyenda de los señores generosos que venían en camellos con regalos y juguetes. Nunca, ningún seis de enero de mis pasados años (ni en los presentes), recibí a los reyes magos. Para mí ellos sólo eran un cuento de la infancia de mi madre a quien tampoco los reyes le traían algo aunque dejara, antes de dormir y debajo de la cama, una modesta solicitud por escrito, con caramelos y yerbas como ofrendas para los nocturnos visitantes y sus animales, quienes de seguro debían entrar a la casa mientras todos dormían.

De Gaspar, Melchor y Baltasar, supe después sus nombres, conocí solo esa versión que me contaba mi mamá, la que se jactaba en decir que era “católica, románica y apostólica” pero que sabía que su padre era de escasas cuentas y algo tacaño con los dineros, por lo que en sus carticas de solicitud,ella pedía poco a los reyes y recibía nada; al parecer los poderes mágicos de estos bíblicos personajes nunca lograron transformar las sórdidas actitudes de mi abuelo.

Mi madre, dejó de ir a misas porque se puso brava con el cura del pueblo y, según ella, apreció ciertas modificaciones en la interpretación de los textos religiosos. Tal vez por eso nunca más se escuhó hablar en mi casa de los tres reyes magos, hasta aquel marzo del 2006 cuando iba a cumplir 36 años y que visité la catedral de la alemana ciudad de Colonia.

Mis juguetes llegaban en julio o en agosto, no recuerdo exactamente, pero, sé que era período de verano y de vacaciones de la escuela. Escogía los que más me gustaban, o se los encargaba a mi mamá que era la que iba por ellos de compra. Hablar de la historia de estos juguetes es complicada ya que para adquirirlos existía un método de distribución que era una modalidad muy cubana de compartir poco a partes iguales sin distinciones sociales; pero que visto hoy a la distancia del tiempo, esas prácticas pudieran ser incomprendida y víctimas de la risa o la nostalgia.

Recuerdo que mi hermano y yo nos parábamos de noche en las vidrieras de las dos o tres tiendas de mi pueblito natal y con el índice le señalábamos a mamá los preferidos… después venía la cola, el turno y los derechos… así yo completé una fila de 15 hermosísimas muñecas, un triciculo que luego se convirtió en bicicletas, juguetes de peluches, payasitos, y no se cuantas cosas más; incluyendo los carritos, las ambulancias, las pistolas y los sables, de mi hermano.

Contradictoriamente Hilda (así es como se llama mi madre) criticaba esta manera de distribuir juguetes porque a su parecer rompía con la fantasía de los niños; esa de creer en los reyes magos ¿A caso había olvidado de que los premios del seis de enero dependían únicamente de la economía de mi abuelo? La escuchaba e internamente agradecía que no me hiciera comparitir esas historias porque para mí la fantasía y el engaño no pueden ser sinónimos ni en el diccionario ni en la ética de cualquier persona.

Nunca creí, lo confieso, en la existencia de los reyes magos. El día que estuve en la referida tumba de estos tres personajes, no pregunté nada, acepté con respeto y con credibilidad la información; tomé algunas fotos de los hermosos vitrales y el antiquísimo órgano que adornan esta catedral.

Entonces supe a los 36 años que los reyes magos habían muerto algún día y descasaban en majestuoso ataud. Pero este seis de enero del 2010, muy próxima a cumplir 43, me percaté que para muchos niños cubanos Gaspar, Melchor y Baltasar habían resucitado y vueltos a desandar con sus camellos y sus alforjas llenas de juguetes compradas en jornadas de shoping.

Un compañero de trabajo me contó que caminó toda la ciudad de camaguey para comprarles algo a sus dos pequeños hijos… y que recibieran su regalo de reyes. Este amigo mío me habla todos los días de las peripecias de sus niños, los que emplean importante tiempo del día frente a la computadora y que son sorprendentes en preguntas y conocimientos para sus tempranas edades. No puede evitar el deseo de hacerle una pregunta ¿Tus niños creen que los reyes magos existen?

No sé si rebuscó la respuesta;en minutos me contestó responsabilizando con el tema a la mamá de sus pequeños que "es católica y cree en esas cosas". Lo cierto es que hoy en Cuba un buen número de hogares ha rescatado lo que algunos dicen que siempre fue una tradición… y el seis de enero le han vuelto a abrir las puertas a los reyes magos. Verdadera magia esa de permitirle a tres invisibles nombres que nos quiten el crédito y el agradecimiento de nuestros hijos cuando enciendan sus rostros, en pura satisfacción, al recibir el regalo, que por demás constituye un sacrificio financiero para la familia toda.

La práctica se convierte en costumbre al pasar de los años, no dudo que el día de reyes haya sido una tradición en Cuba y que, tal vez, sea lícito hacerla perdurar. En esto de convertir algo en tradicional, no existe manual o reglamento, son los hombres con el tiempo y la transmisión de vivencias de generaciones en generaciones que hacen que algo se convierta en patrimonio de todos.

Yo no trasmitiré mi experiencia de los reyes a mi hijo, como no creo que Hilda en mi infancia haya dejado nada fomentado en mi sobre ese tema… al igual que creo que muchos cubanos nacimos y crecimos sin la compañía de los bíblicos reyes del seis de enero… pero de lo que sí estoy seguro es que, salvo el interés de que ese es un día para recibir, nuestros modernos niños no han de asumir crédulamente la historia de camellos y reyes que penetran la casa mientras todos duermen para garantizarnos un amanecer llenos de caros juguetes y regalos.

De todas formas sí me parece que la tradición que no ha de perderse es que los padres cultiven, con dedicación y horas de entrega, la imaginación en sus hijos como premisa para la creatividad y la inventiva; hemos de saber que los niños son personitas repletas de fantasía, pero que viven en un mundo donde el desarrollo de las ciencias y el arte en veint y un siglos de nuestra era está a su disposición con sólo sentarse en el monitor de una computadora.
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