Entre rosas anduvo el poeta, anegado de ternura y de palabras únicas. Para la esposa nunca faltó el enaltecimiento, la comprensión; para ella se mandó a hacer una foto; su espíritu era a la vez atadura y vertimiento, y con ella halló en la calma, frenesí.
El poeta confiesa, que cuando escribía una carta, le ocurría como cuando un enamorado visitaba a su novia, que si no podía ir con el mejor de los trajes, prefería no ir. La elegancia le fue mérito y sustancia; su verbo vistió siempre el más fino ropaje.
Cómo entender a Carmen y cómo no entenderla; le tocó a esta mujer camagüeyana la suerte de un marido diferente. Cómo no juzgar en su inquietud y cómo aceptarle su impaciencia.
A veces me pregunto, cómo actuaría yo en el lugar de Carmen… pienso que no me resistiría a su verbo, que acompañaría a ese Martí entre los cardos, y no descuidaría un instante para cuando, entre los rosales, alguna lo sorprendiera con sus colores y sus espinas.
Pero no censuro a esa mujer por sus reclamos ante la ausencia, por el dolor que encontró a la distancia; sólo que no entiendo que sumida en mundanos menesteres de casadas no aquilatara con fuerzas al hombre, nada natural y común, que la amaba.
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