miércoles, 27 de enero de 2010

¿Cómo hubiese sido yo, en el lugar de Carmen?

¡Cuántos nombres de mujeres se juntan en los versos de Martí! Sus hermanas, amigas, las ilustres en las letras y las guerras; su Leonor, las esposas y las madres de sus amigos; cada una ocupó una línea, un elogio, un consuelo. Buscó espacio para tantas y para todas, pero nunca faltó una epístola o un poema para su Carmen.

Entre rosas anduvo el poeta, anegado de ternura y de palabras únicas. Para la esposa nunca faltó el enaltecimiento, la comprensión; para ella se mandó a hacer una foto; su espíritu era a la vez atadura y vertimiento, y con ella halló en la calma, frenesí.

El poeta confiesa, que cuando escribía una carta, le ocurría como cuando un enamorado visitaba a su novia, que si no podía ir con el mejor de los trajes, prefería no ir. La elegancia le fue mérito y sustancia; su verbo vistió siempre el más fino ropaje.

Cómo entender a Carmen y cómo no entenderla; le tocó a esta mujer camagüeyana la suerte de un marido diferente. Cómo no juzgar en su inquietud y cómo aceptarle su impaciencia.

A veces me pregunto, cómo actuaría yo en el lugar de Carmen… pienso que no me resistiría a su verbo, que acompañaría a ese Martí entre los cardos, y no descuidaría un instante para cuando, entre los rosales, alguna lo sorprendiera con sus colores y sus espinas.

Pero no censuro a esa mujer por sus reclamos ante la ausencia, por el dolor que encontró a la distancia; sólo que no entiendo que sumida en mundanos menesteres de casadas no aquilatara con fuerzas al hombre, nada natural y común, que la amaba.


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