miércoles, 6 de enero de 2010

El cuento de los tres reyes magos

Cuando iba a cumplir 36 años visité la catedral de Colonia, en esa hermosa ciudad a las orillas del rio Rin, cuna de la famosa agua perfumada y de las más coloridas fiestas carnavalescas de toda Alemania. Un majestuoso templo al estilo Gótico que guarda,en un ataud triple de oro, los restos de los tres reyes magos,según me contó una señora dentro de la Iglesia.

Para mi fue una sorprendente confesión. Nunca conocí la real historia o el mito o la leyenda de los señores generosos que venían en camellos con regalos y juguetes. Nunca, ningún seis de enero de mis pasados años (ni en los presentes), recibí a los reyes magos. Para mí ellos sólo eran un cuento de la infancia de mi madre a quien tampoco los reyes le traían algo aunque dejara, antes de dormir y debajo de la cama, una modesta solicitud por escrito, con caramelos y yerbas como ofrendas para los nocturnos visitantes y sus animales, quienes de seguro debían entrar a la casa mientras todos dormían.

De Gaspar, Melchor y Baltasar, supe después sus nombres, conocí solo esa versión que me contaba mi mamá, la que se jactaba en decir que era “católica, románica y apostólica” pero que sabía que su padre era de escasas cuentas y algo tacaño con los dineros, por lo que en sus carticas de solicitud,ella pedía poco a los reyes y recibía nada; al parecer los poderes mágicos de estos bíblicos personajes nunca lograron transformar las sórdidas actitudes de mi abuelo.

Mi madre, dejó de ir a misas porque se puso brava con el cura del pueblo y, según ella, apreció ciertas modificaciones en la interpretación de los textos religiosos. Tal vez por eso nunca más se escuhó hablar en mi casa de los tres reyes magos, hasta aquel marzo del 2006 cuando iba a cumplir 36 años y que visité la catedral de la alemana ciudad de Colonia.

Mis juguetes llegaban en julio o en agosto, no recuerdo exactamente, pero, sé que era período de verano y de vacaciones de la escuela. Escogía los que más me gustaban, o se los encargaba a mi mamá que era la que iba por ellos de compra. Hablar de la historia de estos juguetes es complicada ya que para adquirirlos existía un método de distribución que era una modalidad muy cubana de compartir poco a partes iguales sin distinciones sociales; pero que visto hoy a la distancia del tiempo, esas prácticas pudieran ser incomprendida y víctimas de la risa o la nostalgia.

Recuerdo que mi hermano y yo nos parábamos de noche en las vidrieras de las dos o tres tiendas de mi pueblito natal y con el índice le señalábamos a mamá los preferidos… después venía la cola, el turno y los derechos… así yo completé una fila de 15 hermosísimas muñecas, un triciculo que luego se convirtió en bicicletas, juguetes de peluches, payasitos, y no se cuantas cosas más; incluyendo los carritos, las ambulancias, las pistolas y los sables, de mi hermano.

Contradictoriamente Hilda (así es como se llama mi madre) criticaba esta manera de distribuir juguetes porque a su parecer rompía con la fantasía de los niños; esa de creer en los reyes magos ¿A caso había olvidado de que los premios del seis de enero dependían únicamente de la economía de mi abuelo? La escuchaba e internamente agradecía que no me hiciera comparitir esas historias porque para mí la fantasía y el engaño no pueden ser sinónimos ni en el diccionario ni en la ética de cualquier persona.

Nunca creí, lo confieso, en la existencia de los reyes magos. El día que estuve en la referida tumba de estos tres personajes, no pregunté nada, acepté con respeto y con credibilidad la información; tomé algunas fotos de los hermosos vitrales y el antiquísimo órgano que adornan esta catedral.

Entonces supe a los 36 años que los reyes magos habían muerto algún día y descasaban en majestuoso ataud. Pero este seis de enero del 2010, muy próxima a cumplir 43, me percaté que para muchos niños cubanos Gaspar, Melchor y Baltasar habían resucitado y vueltos a desandar con sus camellos y sus alforjas llenas de juguetes compradas en jornadas de shoping.

Un compañero de trabajo me contó que caminó toda la ciudad de camaguey para comprarles algo a sus dos pequeños hijos… y que recibieran su regalo de reyes. Este amigo mío me habla todos los días de las peripecias de sus niños, los que emplean importante tiempo del día frente a la computadora y que son sorprendentes en preguntas y conocimientos para sus tempranas edades. No puede evitar el deseo de hacerle una pregunta ¿Tus niños creen que los reyes magos existen?

No sé si rebuscó la respuesta;en minutos me contestó responsabilizando con el tema a la mamá de sus pequeños que "es católica y cree en esas cosas". Lo cierto es que hoy en Cuba un buen número de hogares ha rescatado lo que algunos dicen que siempre fue una tradición… y el seis de enero le han vuelto a abrir las puertas a los reyes magos. Verdadera magia esa de permitirle a tres invisibles nombres que nos quiten el crédito y el agradecimiento de nuestros hijos cuando enciendan sus rostros, en pura satisfacción, al recibir el regalo, que por demás constituye un sacrificio financiero para la familia toda.

La práctica se convierte en costumbre al pasar de los años, no dudo que el día de reyes haya sido una tradición en Cuba y que, tal vez, sea lícito hacerla perdurar. En esto de convertir algo en tradicional, no existe manual o reglamento, son los hombres con el tiempo y la transmisión de vivencias de generaciones en generaciones que hacen que algo se convierta en patrimonio de todos.

Yo no trasmitiré mi experiencia de los reyes a mi hijo, como no creo que Hilda en mi infancia haya dejado nada fomentado en mi sobre ese tema… al igual que creo que muchos cubanos nacimos y crecimos sin la compañía de los bíblicos reyes del seis de enero… pero de lo que sí estoy seguro es que, salvo el interés de que ese es un día para recibir, nuestros modernos niños no han de asumir crédulamente la historia de camellos y reyes que penetran la casa mientras todos duermen para garantizarnos un amanecer llenos de caros juguetes y regalos.

De todas formas sí me parece que la tradición que no ha de perderse es que los padres cultiven, con dedicación y horas de entrega, la imaginación en sus hijos como premisa para la creatividad y la inventiva; hemos de saber que los niños son personitas repletas de fantasía, pero que viven en un mundo donde el desarrollo de las ciencias y el arte en veint y un siglos de nuestra era está a su disposición con sólo sentarse en el monitor de una computadora.

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