viernes, 26 de febrero de 2010

Iré a Santiago

"Siempre he dicho que yo iría a Santiago”; la aspiración hecha verso no sólo es el Poema Son De Negros En Cuba de Federico García Lorca, ha sido mi mayor deseo desde que dejé atrás, hace dos décadas, las aulas universitarias, exhibiendo en la colina de Quintero un rectorado para la iluminación y el conocimiento; guardadas allí, para entonces, entre las montañas del oriente cubano.

Siempre aspiré ir a Santiago fuera cual fuera la luna; en cualquiera de sus fases: creciendo o menguando, nueva o llena yo iría nuevamente a la ciudad hermosa, de gentes impredecibles, de fatigosas calles. Y lo logré. Volví a Santiago para reencontrarme con una ciudad diferente dentro de su singularidad inalterable.

Santiago es a la vuelta de los años centro de transeúntes y comercio reanimado, que le señala una trasformación que va más allá de una voluntad política o económica; es realidad y es hecho, el cambio se respira y se toca con la mano, sentado en uno de sus establecimiento o sencillamente asintiendo a los que te dicen “nagüe, Santiago es Santiago”.

Las referencias, que reciben los visitantes, y los datos que guardan los informes del gobierno dicen más cuando se camina por las citadinas Enramada, Aguilera o Garzón, y se hacen mucho más evidentes en la marginalidad de San Pedrito, o en la otrora “Candonga”, en la que se sigue encontrando lo imprescindible pero con orden y cultura del mercado.

Santiago destella orgullo de sus gentes, que se han puesto para las cosas y para el trabajo, y han rescatado, del óxido y del olvido, fábricas útiles para enlatar alimentos o elaborar helados; han hecho de la necesidad de ofertarse un comercio abastecido la motivación para generar ideas e iniciativas que van desde un salón de belleza para niños, con patos y pollitos como sillones para el corte de cabello; hasta guateques campesinos donde las cooperativas se crecen en su objeto social y se hacen notar como organizaciones productivas.

Ir a Santiago, y volver siempre, no me parece ahora simple añoranza o nostalgia de poetas deslumbrados por la bahía, por el ritmo caliente de cinturas y semillas secas, por la brisa del sur y el alcohol muy próximo al mar ahogado en la arena; motivos todos en los que Lorca detuvo su inspiración. Ir a Santiago, urge como nutriente de fe y esperanza, como confirmación de que los cubanos podemos regenerarnos dentro de nuestras propias carencias y desgracias cuando nos conducimos por caminos de voluntad y deseo de hacer, cuando aunamos inteligencia colectiva y estimulamos bien esa estirpe de guerreros y mambises con la que hemos ganamos cada una de nuestras guerras y batallas.

0 comentarios:

Publicar un comentario