miércoles, 24 de febrero de 2010

Sin encontrar el adjetivo justo

Hoy me referiré, en mi blog, a una celebración que tuvo lugar, el pasado 14 de febrero, pero que está presente, por afectividad ganada, en mi memoria y en mi corazón como una jornada divina a merced de la excelencia y lo extraordinario.

Debí, entonces, empezar con otras palabras… mas mi tardanza me obliga a la disculpa. Confieso, me anima el hecho y la causa de que el amor merece escribírsele todos los días. Con esa razón, que pudiera a caso no ser suficiente, asumo como motivo de inspiración la jornada que la Iglesia Episcopal del municipio de Florida dedicó al omnipresente sentimiento del amor.

Irrumpieron, en la noche, el sonido, los acordes, las melodías y voces jóvenes, con temas bien conocidos en el más común del repertorio de los cubanos. En el criterio de selección primó el buen gusto y, definitivamente, se dejaron escuchar letras que garantizaron una preconcebida liturgia para el tributo al amor.

Palabras de poetas, pensamientos cultos o populares, textos traídos y llevados por plumas y declamadores, que a pesar de los tiempos y las generaciones, encontraron, por parecidas y cotidianas, puertas abiertas en el corazón de todos los presentes.

Fueron los versos los ingredientes estimuladores de una noche donde el amor a la vida, la fe en la verdad y el deseo universal de trasmutar los malos pensamientos y actuaciones del hombre o la mujer, hicieron que el humor se colocara como opción natural y humana para la risa y la armonía vivificante.

Un ridículo fin del mundo llevado al cine, a partir del mito Maya, fue el pretexto para un diálogo crítico entre los jóvenes episcopales del municipio de Florida quienes protagonizaron conocidos personajes de la televisión, en una corte al modo de “Jura decir la verdad”, con gracia peculiar y revelación histriónica. Los jóvenes actores, improvisados en el arte de las tablas, alcanzaron una convincente censura a los intentos manipulados en el celuloide de expatriar sentimientos como el amor y la esperanza.

Lo más atractivo, dignificante y con valor indescriptible de la noche fue, a mi parecer, la savia generacional de los que aparentando edades o encubriendo sus canas develaron la esencia, el néctar y la sustancia real del amor, a pesar del tiempo. Aún cuando una de las jóvenes cantante aseguró tener la mayor de las experiencias y resultados en el acto de perseverar, fue sin dudas la presencia de matrimonios no disueltos en años el mejor y más certero mensaje del amor.

Esa noche, escuché, con placer, cantar “La guantamera” con versos traídos del alma y con almas dispuestas a que el lenguaje único del amor no estableciera fronteras ni caminos disímiles para quienes albergamos la fe en motivos diferentes.

¡Cuántas líneas más pudieran aparecer en esta pretendida crónica al amor! Tal vez hubiera podido hablar del líder del grupo, cuya naturaleza lo ubica ante mis ojos no solo como guía espiritual de sus hermanos de credo sino, además, como una personalidad nacida con las dotes y el cetro del que aúna y predica a través de sí mismo haciendo creer en el amor con su propia fe y alegría.

Pudiera, también, haber dedicado estas líneas al que me invitó a asistir a ese encuentro retando mi escepticismo medular y cobijándose en mis avanzados conceptos sobre la aceptación y el respeto.

Por tanto, a esta última persona, dado igual al oficio pastoril, agradezco la experiencia y la noche que hoy evoco en estas líneas, donde quizás no están las más exactas y precisas palabras, para sellar con adjetivo justo la iniciativa episcopal en florida de celebrar con semejante altura el día del amor.

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