lunes, 6 de junio de 2011

Un ciego que percibe la vida desde el incontenible deseo que provoca un cucurucho de maní...

La actualización de un blog es patrimonio exclusivo de  los que no se les ha dañado la computadora y de quienes no dejan que la rutina le  fastidien  los deseos de escribir, cómplice y sin formalidades, como suelo teclear las ideas en Caminos y Andares. Por la una y por la otra, ambos motivos, me llevaron días sin  publicar  para ustedes, los que vienen, o venían (es mi culpa), a mis paginas.
Les cuento que  durante este tiempo he estado compartiendo con la gente de mis calles, con los guajiros del campo, con las bibliotecarias que hacen del antiguo salón de baile de Florida el más nutrido recinto de libros en la ciudad, con el único afilador de tijeras que queda en este pueblo y con un ciego que se anuncia tras su silbato y percibe  la vida desde el incontenible deseo que provoca un cucurucho de maní “tostao”.
Les voy a contar de Martín. Él es  quien anda por las calles de Florida topando los contenes de las aceras y silbando con un  pito melodioso que cuando lo escucho desde mi casa no necesito verle el rostro para saber que es él, creo que nadie de Florida tardaría en identificarle  con su bastón a cuesta y sus cucuruchos de maní.
Este hombre no necesita ojos, aunque los tiene, a él  le basta  el tacto de las manos y su nariz de viejo, que sabe más por eso que por diablo como diría el refrán.  Le basta el olor de la saliva, esa que se agolpa cuando apetece el granito aromático que se descubre en sus cucuruchitos blancos, para comprender que éste o aquel le quiere comprar maní.
Martín  camina sin tropiezos, sin otro freno que el intercambio desesperado de los niños que lo paran.  No le importan lo huecos de las calles o las barreras arquitectónicas, sabe del respeto de los que le pagan… pero comprueba con la habilidad de sus dedos la honestidad y el valor de la moneda, para  devolver con exactitud el sobrante y la amabilidad conque se le acercaron.
Es que este hombre de 65 años no sabe estar parado, ni que su cabeza esté  libre de ocupaciones porque “desde que tenia pocos años se propuso no depender de nadie, fue a la escuela para ciegos a leer y escribir… luego a un tecnológico de la salud”  y por 27 años trabajó en un centro de rehabilitación donde centenares de  personas  se recuperaron con el bálsamo de sus manos y los  conocimientos que acumulaba en eso de recomponer lesiones de  huesos descompuestos.
Martín es ciego a causa del glaucoma;  la enfermedad le dañó la vista pero no la visión… él aprendió a mirar  lejos,  con perspectiva  y claridad de sabio, la que nunca empañó el cristal de sus gafas oscuras. Tanto que cuando recibió su jubilación decidió desandar por las calles de Florida “porque la pensión no le alcanza aunque nadie hace fortuna con este oficio, y,   porque el hombre tiene que trabajar mientras tiene fuerzas para hacerlo; nadie ha de vivir parado, siempre tiene que proponerse ser útil”.
Por eso a pesar de que mi computadora aun sigue descompuesta y la rutina de mis días me fastidia la sistematicidad en mi blog hoy me he propuesto ser convincente con la experiencia, las palabras y la visión de Martín. Él coincidió conmigo que debía escribir su historia y me pidió hasta salir por televisión… claro, con ese olfato de ciego de conocer a la gente por sus hábitos, sabe que si les cuento esta misma noche nadie podrá  dormir sin comerse un cucurucho de maní.

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