jueves, 1 de diciembre de 2011

Añoranzas...

Montescos y Capuletos  hubiesen cambiado el rumbo de su historia si Shakespeare  hubiera escrito la tragedia en  tiempos  del INTERNET. Bueno, eso indica la lógica. Romeo  enviaría un email y en sólo segundos  Julieta  leería el mensaje. Así sucede en la modernidad.
Pero no hay  como la intimidad de una carta. Nada es comparable a  la alegría de ver llegar al cartero o descubrir el pliego de papel  por debajo de la puerta, el indescriptible roce con las letras, la posibilidad de acurrucarse en la cama con las palabras, de acariciar el espacio por donde estuvieron otras manos… pues no todas llegarían tan tarde como en la famosa historia shakesperiana.
Hablo de ese  momento  de abrir el sobre, de descubrir el ánimo tras la caligrafía, disfrutar el ambiente de complicidad entre líneas,  de calcular  el tiempo que tardó la carta y contar luego los días que aguardaría para la respuesta. Nada de esto es posible con el email.
Mi agenda personal  era sino la lista de  las direcciones particulares de mis amigos, sus entrecalles, el número de la casa, el código postal…  Datos con los que no solo podías escribirle sino también visitarlos. Ahora solo tengo la dirección electrónica de unos pocos, la que a veces no revela ni la identidad real de los mismos.
Tengo amigos que me escriben, los que extraño aun cuando tardan solo un día sin su huella internaútica. Me llegan sus mensajes, recados de  urgencias, tan veloces como el tiempo que disponemos para contestar  esa inmensa lista de correos que recibimos a diario incluso de temas de trabajo.
Ya no es preciso calcular las distancias y el tiempo porque ahora los amigos responden al instante,  tan rápido a veces que podemos hasta  establecer una conversación on line. Pero nada es como aquellas cartas de puño y letra, las que llevaron y trajeron  infinidades de historias.
República 311 entre Honda y Maceo. Florida. Camagüey. Cuba… aquí les dejo mi dirección particular. Pueden visitarme un día pero sobre todo me gustaría que me permitieran la alegría de una carta.

0 comentarios:

Publicar un comentario