lunes, 10 de septiembre de 2012

Lo mismo que los cuatro ciegos del elefante...

Ser un periodista cubano, vinculado a un medio cualquiera de publicación es un hecho que condiciona a los receptores de tu trabajo a creer absolutamente que lo que dices y piensas es a su vez condicionado por un temor a la represalia y la censura a "la verdad" verdadera; por supuesto la experiencia es más agresiva cuando publicas en las redes sociales.
Es muy dificil, para quienes se creen dueños de esta supuesta "verdad" aceptar que un periodista cubano escriba y diga por sus propias convinciones y principios (como es absolutamente mi caso), pues para muchos tener convicciones y principios revolucionarios es inverosimil y más bien una actitud simuladora. 

Recientemente redacté una noticia sobre el inicio del proceso de nominación de candidatos a la Asamblea Municipal del Poder Popular en la localidad de Florida, generando un sin número de comentarios cuyo debate siempre resulta interesante y agradezco. Mas para quienes se esfuerzan en insisitir que la verdad es la que ellos ven, sin la más mínima posiblidad de que te asista la razón, quiero una vez más compartir con mis lectores un texto excelente de Martí escrito para La Edad de oro y que pertence a la lectura: "Un viaje por el país de los anamitas"
Cuentan un cuento de cuatro hindús ciegos, de allá del Indostán de
Asia, que eran ciegos desde el nacer, y querían saber cómo era un elefante. “Vamos, dijo uno, adonde el elefante manso de la casa del rajá, que es príncipe generoso, y nos dejará saber cómo es.”
“Los ciegos son santos”, dijo el rajá, “los hombres que desean saber son santos: los hombres deben aprenderlo todo por sí mismos, y no creer sin preguntar, ni hablar sin entender, ni pensar como esclavos lo que les mandan pensar otros: vayan los cuatro ciegos a ver con sus manos el elefante manso.”
El secretario del rajá los llevó adonde el elefante manso estaba, comiéndose una ración de treinta y nueve tortas de arroz y quince de maíz, en una fuente de plata con el pie de ébano; y cada ciego de echó, cuando el secretario dijo “i ahora!“, encima del elefante, que era de los pequeños pero regordete: uno se le abrazó por una pata: el otro se le prendió a la trompa, y subía en el aire y bajaba, sin quererla soltar: el otro le sujetaba la cola: otro tenía agarrada un asa de la fuente del arroz y el maíz. “Ya sé”, decía el de la pata: “el elefante es alto y redondo, como una torre que se mueve.” “iNo es verdad!“, decía el de la trompa: “el elefante es largo, y acaba en pico, como un embudo de carne.” “iFalso y muy falso”, decía el de la cola: “el elefante es como un badajo de campana!” “Todos están equivocan, todos; el elefante es de figura de anillo, y no se mueve”, decía el del asa de la fuente. Y así son los hombres, que cada uno cree que sólo Io que él piensa y ve es la verdad, y dice en verso y en prosa que no se debe creer sino lo que él cree, lo mismo que los cuatro ciegos del elefante.

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