
Detrás, o
mejor dentro de los predios de la emisora, son muchas las cosas que suceden que
el oyente ni imagina. Por ejemplo, cierto día, minutos antes de que comenzara
la trasmisión y cuando el himno nacional ya estaba al aire, el hijo, pequeño
aún, de una de las locutoras se cerró en la cabina y no le permitía a los
operadores del audio acceder a las
grabadoras para que comenzara el programa. Fueron minutos agonizantes, breves
pero tan intensos que nadie en radio Florida olvida las gotas de sudor que
corrieron por las frentes de todos. Claro, el oyente no se enteró porque la
madre del pequeño cuando logró alcanzar el micrófono escondió para si toda la
incomodidad y el susto que habían padecido.
Por supuesto
esa y otras anécdotas hoy las cuenta el colectivo de Radio Florida en sus
mejores momentos y se ríen a carcajadas de sus recuerdos… porque también en la radio hay historias para
reír. Se cuenta que por los setentas había un locutor que jocosamente deba la
hora a los oyentes diciendo que eran las que marcaba el reloj grande y redondo
de la zapatería de enfrente; pura imaginación que tal vez los oyentes acuñaban
como fiel. De ese mismo locutor se cuenta que a través de micrófono en pleno
programa musical le enviaba recados a la esposa para que recogiera la ropa
lavada de los cordeles porque estaba el cielo nublado.
Así son los
cuentos, pero la realidad es, que de un trabajo tan serio como la radio, los
oyentes han creado un mito de amor y fidelidad porque agradecen la compañía de
esas voces y de esos sonidos incorporándolos a la lista de sus más cercanas
afectividades.
El mito de
que la radio hace imágenes con el sonido es una hermosísima metáfora que resume
todo el proceso de imaginación y ensoñación que la radio crea en quienes la
escuchan, los que sin demasiado esfuerzo pueden ver a través de las palabras el
entorno que envuelve cada noticia o mensaje.