Para mi gran sorpresa, encontré sus fotos en un mural de la Universidad de Oriente: joven, esbelta y bella; vestía uniforme de deportista. Desde entonces, con el balón, ya había aprendido a desafiar a su contrario. En las calles de Santiago estaba también la huella. Vilma había sido coordinadora del movimiento 26 de Julio en la ciudad donde, desde pequeña, miraba la Sierra como augurando sus más valientes pasos.
Nació allí en el Santiago Rebelde un 7 de abril del año 1930, en la casa que sirvió de cuartel general al alzamiento de Santiago de Cuba, en la víspera del desembarco del Yate Granma; y de la que salió a conquistar la estatura y las dimensiones de la heroína, o la mujer emancipada, o la esposa, o la compañera, la madre o abuela de una familia coronada por el ejemplo…
Vilma se vistió de Cuba y su voz fue cada cubana; ejerció el protagonismo, el símbolo, y nos condujo en el camino de encontrar, con la Revolución, la posibilidad de un espacio, una misión, un puesto… Su presencia en la Federación de Mujeres Cubanas hizo que de flor fuéramos jardines, y de adornos nos transformáramos en herramientas y que, de supuesta naturaleza débil, cambiáramos a fuertes e imprescindibles.
Hoy, en el olimpo de los Héroes, cumple Vilma sus ochentas. La historia no se detiene para quienes desde la inmortalidad y la impronta siguen siendo esencia y vida en el empeño de creer posibles los sueños.
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