Llega mayo y con él rostros ceñidos ante una vidriera, pendientes de la rosa que abrirá en el jardín, y de la obra que exhibe el artesano. Comienza el mes y desde sus primeros días corremos a buscar un obsequio, una postal o sencillamente un presente… algo para ofrecerle a la mujer que nos dio la vida.
El homenaje trasciende la costumbre, no hay quien renuncie en mayo a obsequiarle a la que nos albergó en su vientre, la que nos dio los primeros, y siempre mejores consejos, la que nos alimentó y tomo nuestras manos mientras no podíamos hacerlo por sí solos y la que siempre creyó que no crecíamos… que por grandes o viejos continuamos siendo sus niños.
Basta que pensemos en ellas, quiero decir en las madres, y es suficiente para que brote una palabra dulce, una frase tierna…para que la luna o el sol o las estrellas tengan el significado del poeta, y no importa si pareciera cursi o rebuscada, en definitiva lo que le decimos o le escribimos es suspiro y confesión del alma.
Felicidad más que un día merecen nuestras madres: las que nos acompañan en las causas, las que sufren nuestras penas, las que firme no nos traicionan… las que están ahí en las buenas y en las malas…al lado nuestro a pesar de que no nos entiendan porque los tiempos cambian.
No perdamos la oportunidad de la caricia, la palabra amorosa, de la postal o el regalo en este segundo domingo de mayo, pero, el mejor de los homenajes es ser todos los días y sobre todas las cosas los mejores hijos del mundo.
Éste es mi consejo…. yo, que como madre también sé, de donde y por qué nos vienen las fuerzas, le dedico estas líneas a Hilda con el pretendido empeño de también merecerlo.
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