Quise decirle a Adalberto que desde siempre he sido una admiradora de su música, que su orquesta es la que prefiero si en materia de son se habla… se habla, acoto nuevamente, porque si se trata de bailar…, bueno, mejor sigo con el fenómeno comunicativo.
Quise decirle eso y mucho más a El caballero, pero, me senté a su lado, hice mutis a los elogios para el músico y comencé a admirarlo desde el ser humano que es.
De momento me encontré frente a un hombre al que cree que su luz es la común luz de todos, para quien los destellos de la fama no son más que caminos donde converger hacia otros hombres y mujeres de la cotidianidad y el anonimato. Al menos así lo vi mientras conversábamos en la peluquería de la televisión.
Estaba sentado con su cuerpo diminuto, pequeño si lo comparo con la imagen que se me crea en la pantalla, sublimado por su orquesta y sus antológicos temas musicales. Hablaba de Camagüey, de la ciudad que lo hace venir cada mes, hacia donde su carro sería capaz de encaminarse aún sin que él lo traiga de vuelta. Hablaba de Rumbatá… de esos camagüeyanos que admira por la manera peculiar de interpretar la rumba, hablaba de su alegría por dedicar un concierto en la plaza de La caridad, su virgen idolatrada.
Hablaba con la naturalidad con que mis vecinos cuentan las cosas que suceden en el barrio, lo hacia desde la inmensidad de la modestia y la sencillez: cualidades que le hicieron más estrella y que desde hoy le siguen otorgando mi preferencia y admiración.
Y para que haya constancia, del admirable momento en que viví, me hice tomar una foto con él. Nos pusimos uno al lado del otro y descubrimos la coincidencia de colores en las ropas. Entonces, Adalberto bromeó: la nueva cantante del grupo… y yo preferí ignorar su comentario, obvio para quienes me han escuchado en la ducha de casa.
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Tomado de
Granma
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Hace 1 año
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