miércoles, 11 de noviembre de 2009

La verdadera enfermedad de la vejez

Con una carretilla rústica, hecha de cualquier desecho, anda Papo por las calles de Florida. Puede vérsele a menudo en el concurrido y céntrico parque,a un lado de la carretera central,de esa pequeña ciudad en la provincia de Camagüey…a la que todos llaman por su ambiente social “LaHabanachiquita”.

Este hombre “carniprieto”, jorobado por los años, se viste como para el carnaval y grita, a voz en cuello, dicharachos que promueven el buen reír de quienes lo conocen y que, a veces, ofenden a quienes no saben de su problema.

Papo hace preguntas: por qué el cementerio tiene cerca, qué le dijo el sartén a la candela; recita hasta el cansancio los versos de José Ángel Buesa (“pasarás por mi vida sin saber que pasaste”); o canta la cubanísima letra de Arsenio Rodríguez (“después que uno vive 20 desengaños qué importa uno más”)… y pregona, todo el tiempo, los beneficios de cualquier hierba: para la salud o para la mística influencia en los más disímiles asuntos del alma.

Anda por las calles recogiendo lo que otros han dejado inservible… puede que lo asocien a la mendicidad; los que lo conocen saben que su mente ha perdido la noción exacta de lo prudente, o, tal vez, ha olvidado los límites entre el buen juicio y la alucinación. Sus vecinos sienten orgullo de este personaje carismático… que antes compartía con todos lo que trajera a casa, luego de sudar la frente en una empresa comercializadora y acopiadora de productos agrícolas. Cuentan que llegaba con cajones de frutas y daba a niños y grandes… no era sólo solidario, era además correcto, de muy buenos modales y jamás ofendía con sus palabras de buen hombre.

No es un secreto: existe quien rechaza su imagen, la creen poco justa para la sociedad cubana y, algunos se preguntan: ¿Por qué anda este hombre así por las calles? ¿Por qué le permiten exponer a otros la imagen desconcertante de su apariencia?

Papo tiene casa donde volver cada día, después de sus desandares y peregrinos proyectos; lo espera una familia: su esposa e hijos, que lo alimentan y le disimulan sus comportamientos; este hombre tiene una pensión de jubilado, y tiene sobre todo una historia y una vida que ha llegado a la declinación de sus capacidades psíquicas, porque la vejez es insospechada en la manera que nos conduce.

El ser humano no está hecho para vivir solo y Papo necesita del aire libre de sus calles: ¿Qué fuera de él si no pudiera ejercer su emancipación afectiva, esa posibilidad de concurrir lugares comunes y no correr el riesgo de empobrecer su vida interior?

Su único problema es que la gente entienda que su cerebro ha ido regenerativamente cambiando, que no es “Un caballero de París” pero sí todo “Un personaje de Florida” que ha perdido la capacidad de conexión con el Papo de atrás, (el de hace unos años), y que tal vez, (ya él no tiene razonamiento para explicarlo), padece de la huida precipitada del tiempo, la pérdida de autoridad sobre la familia, el temor a la enfermedad, el miedo a la muerte: factores que trastornan el psiquismo de la persona mayor y la llevan a refugiarse en los recuerdos felices de un pasado que no volverá.
La verdadera enfermedad de la vejez, no es la debilitación de la mente o del cuerpo, si no la indiferencia del alma, síntoma que no padece el andariego y sonriente hombrecito de Florida. No es éste una persona enferma; no hay que temer al contagio; es un viejecillo sano y feliz.

La tolerancia, que ofrezcamos hoy a Papo, es el premio que recibiremos, cuando nos toque el momento inevitable de la vejez, los que ahora lidiamos con sus devaneos. Por eso me parece bien que siga este “Caballero de florida” andando por las calles de su ciudad, sin que se sienta como una agresión al proyecto social cubano: garante de prerrogativas para cada hombre o mujer sin importar la edad o las habilidades síquicas.

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