miércoles, 14 de diciembre de 2011

Los homenajes son como los epitafios



El 14 de diciembre, cada año, es el Día del Trabajador de la Cultura en Cuba y  la ciudad de Florida  decidió reconocer a Isabel Acosta, directora del taller literario Gertrudis Gómez de Avellaneda, a donde fui invitada sobre todo por ser su amiga y compañera durante más de 20 años. Caminos y Andares se une al empeño.

Para Isabel.


Los homenajes son como los epitafios: todo el mundo escoge las mejores palabras. Pero yo, que quiero hablar a título personal, no elegiré los mejores elogios; como jamás escribiría en su sepulcro: descansa en paz. La quietud como antónimo de impaciencia no es cualidad que distingue a Isabel Acosta.

Mucho de trueno, de relámpago, de mordaz….tiene su verbo. Poco de complacencia, de edulcorante, de perifollo… tiene su palabra.

Más de uno ha sentido  cólera por la hondura de su crítica, por la severidad de su criterio, por la manera impaciente que arremete contra lo que no cree y lo que le huele a pérfido.Esa es Isabel en su esencia.

Cierto que pudiera haber mencionado su vocación y talento para las letras, a veces víctima de la incomprensión, como suele ocurrirnos a los que escribimos por la lealtad al decir. También hubiera podido hablar de su más certera y vehemente creación: de Adrián.

Pero de todas esas cosas intuyo que hablarán los demás. Por eso dedico mis líneas a reconocer a la mujer filosa que no desperdicia la oportunidad de la discrepancia, a la que polemiza eternamente con lo dispuesto porque en esta vida, y en esta obra, nada está escrito, ni nada es perfecto.

Estas son las palabras que escogí para su homenaje, como dije al principio no son los mayores elogios que Isabel merece. Pero si algún día me piden una propuesta  para su epitafio donde también suelen aparecer las glorificaciones, para Isabel escogería versos de El Necio de Silvio Rodríguez:

Yo no sé lo que es el destino:

Caminando fui lo que fui

Allá Dios que será divino

Yo me muero como viví.


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