Armada sin malas intensiones. |
Era una jornada inusual en escenarios supuestos. Era un intercambio profesional con hombres que simulaban la guerra y acciones de desgaste para minimizar las fuerzas de un ejército enemigo. Eran soldados del pueblo que se entrenaban en un ejercicio de las tropas regulares de la región militar.
Compartí en el monte sus experiencias, me deje picar por los insectos que más bien huían de uniformes sin lavar en días de campaña, comí el pan que hornearon en la estufa de ocasión, almorcé sus almuerzos, bebí el agua de sus cantimploras y caminé con ellos kilómetros de escaramuzas y enmascaramientos… entonces, ¿Cómo no eternizar una imagen con tantas vivencias?
La tarea difícil era lograr una foto que dijera, informara, que multiplicara sensaciones, que revelara la intensa jornada de una periodista que había decidido descifrar, en el terreno, eso que desde que era una niña había escuchado en la escuela: “la mejor manera de preservar la paz es preparándose para la guerra”.
Los ejércitos se reservan el derecho de la discreción con las cifras, las locaciones, las tácticas… y para Cuba, tan cerca de un enemigo imperial, no es menos importante manejar esa ética militar. Por eso, se hacía tan difícil lograr una foto. Así se me ocurrió lo del arma, nada mejor para identificar el tema, y nada más difícil para conseguir.
¿Podrán creer que ninguno de los soldados me prestó su fusil para posar ante la cámara de filmación? Ya yo había visto que en ningún momento ni el más agotado de los hombres apartaba el arma de su cuerpo, ni siquiera para comer.
Mi compañero me lo advirtió: un soldado no da su arma a nadie, no te lo van a prestar. Más yo, vanidosa como casi todas las mujeres, confié en mis recursos femeninos. Mime las palabras, endulcé el movimiento de mis manos, moví los ojos con la gracia de Betty Boop… pero nada, tuve que terminar yendo al almacén, concertando con el jefe y usando una de las que estaban en la reserva.
Y así surgió esta foto para acompañar estas líneas, cuyo propósito es hablar de soldados que, en su entrenamiento, no descuidan el seguro de su fusil y evitan un tiro innecesario, de hombres que se aferran a su AK para que no se escape la bala e impedir que muera una periodista o un soldado inocente, para que no hayan hechos extraordinarios como oí decir entre la tropa, para no caer en el juego de los “daños colaterales” que se formulan con frecuencia en el mundo mediático sobre muertes “no premeditadas”…
Esta foto, y estas líneas, hablan de soldados que reservan municiones para defender, no para atacar, de hombres que confían en que la paz no se gana con la guerra pero se preserva haciéndose fuertes para cuando el enemigo nos precise a combatir en la más cruel de las contiendas.
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