La Historia no es exacta en fechas, tampoco precisa el nombre del Sumo Pontífice que escuchó a la pareja de cubanos pero sí asegura que el Santo Padre de Roma dio su bendición a Catalina Laza y Juan Pedro Baró.
Apuntando a la cronología de acontecimientos, en este amor inusitado, debe haber sido el Benefactor de la paz Benedicto XV, tal y como se caracterizó en su etapa papal (1914 a 1922), quien tratara de influir en la resolución de los conflictos de la pareja de cubanos que se atrevieron viajar a la misma Roma buscando la bendición de la Iglesia. Sólo que, aunque muchos lo aseguran, el consumado diplomático nunca pudo en realidad anular el matrimonio de Catalina con Luis Estévez Abreu, hijo de Luis Estévez Romero, primer vicepresidente de la República de Cuba, y de la bien conocida patriota Marta Abreu, porque ese poder no lo concede la Iglesia a persona alguna, ni siquiera a su máximo representante en la tierra.
Catalina Laza era una de las damas más bellas, inteligentes y cordiales de la alta sociedad habanera de principios del siglo XX. Había ganado varios concursos de belleza y era una de las personas más atractivas y preciadas del mundillo social de su época.
Muy lejos estaba ella de pensar que, en los salones de una de las más lujosas mansiones de la ciudad, en medio de una fiesta de oropeles, entre los connotados asistentes, la mirada insistente de un hombre le seguía de una manera muy diferente a los demás. Fue inevitable el encuentro. Supo entonces que él se llamaba Juan Pedro Baró, que radicaba en París, Francia y era dueño de un inmenso capital. La conquistó con su sonrisa y sus modales.
Cuentan las malas lenguas que estuvieron viéndose a escondidas. Ella pidió la separación formal a su marido, pero le fue negada. Entonces no estaba aprobada la ley del divorcio en Cuba. Luís Estévez (hijo) formuló proceso legal contra Catalina, entre otras acusaciones, constaba la del delito de bigamia.
La misma sociedad de alta alcurnia que antes le adorase, le viró las espaldas a la enamorada Catalina, y repudió con inaudita ferocidad. Aseguran algunos, que cierta vez Juan Pedro y Catalina asistieron a una función de teatro y en cuanto les vieron llegar, los asistentes, todos de la más alta clase social, abandonaron sus asientos y salieron del local. Dicen quienes estaban presentes, que los actores y actrices del elenco, salieron al escenario conociendo el asunto, para representar la obra ante la pareja repudiada, como único público. Al terminar la función, cuentan que Catalina, en medio de sus aplausos, quitaba las valiosas joyas que adornaban su vestimenta y las lanzaba emocionada al escenario, hasta que no dejó una sobre su cuerpo.
Todo le fue tan exasperante y hostil a la pareja en La Habana, que Juan Pedro decidió irse a Francia con su amada. Existe la certeza que viajaron a Roma, solicitaron al Papa la anulación del matrimonio y éste les bendijo.
En 1917 el presidente Menocal firmaba la ley del divorcio. Ese mismo año, es registrada la separación legal de Catalina con Luís Estévez. Muchos son de la creencia que fue ella la primera mujer que se divorció en Cuba.
El cuerpo embalsamado de Catalina, reposa aún en la magnífica cripta erigida en la calle principal de la Necrópolis de Colón, frente al obelisco a los bomberos.
Dos ángeles encontrados de frente custodian la entrada del costoso sepulcro. Sobre esta puerta, la imaginación popular también ha entretejido sus imágenes del inconsciente, al ver en los contornos interiores de las dos figuras celestiales, la clásica e inconfundible silueta fálica. Cuentan que a su interior de mármoles blanquísimos, entraba cada mañana la luz del sol a través de un vitral francés que hacía derramar sobre el último lecho de la amada, un encaje de rosas amarillas y rosadas (actualmente sustituido por otro que no produce este efecto).
Juan Pedro murió diez años después. Fue su deseo que lo enterrasen a los pies del amor de su vida. Hoy todavía se cuenta, que algunas noches sin luna, en el jardín del palacete de la calle Paseo, se ve fugaz una hermosa mujer cuidando amorosa sus rosales y en medio del silencio pueden escucharse ahogados sollozos, mientras ella se inclina de cuando en vez, para regar los capullos con sus lágrimas. Algunos aseguran, que es el alma en pena de Catalina Laza.
Por eso, porque es la Isla de Cuba un país de amores eternos, de rebeldes por la libertad, de una historia donde los hombres y mujeres de su pueblo respetan las palabras y a los representantes de la Iglesia es que Benedicto XVI vendrá para bendecir a los cubanos.
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